Lo inevitable

Es inevitable volver a las letras alguna que otra madrugada. Algunas tareas pendientes, al agobio cotidiano de pequeñas cosas que se van acumulando y suelen no parecer ya, tan pequeñas. La música de siempre, aunque más tranquila. Muchas veces quiero oír nueva, conocer más, pero generalmente, en esas noches de nostalgia, quiero recordar lo conocido y cantarlo dentro de mi mente. 

Es inevitable, a veces, recordar cosas olvidadas. Como el hecho de que hace un par de años agregaba una salsa en particular casi a todas las comidas, -al menos las saladas-, y vuelven como relámpagos, como ideas nuevas y limpias. Como querer volver a subir a los árboles sin que te de mucha pena. O jugar a lo que sea, siendo no tan niña (o niño) sin que se te vea de forma particular.

Pero creo que en lo que realmente consiste la inevitabilidad de las actividades cotidianas es, que en la época más fría del año, preferir darte dos vueltas en una colcha y tomarte un chocolate, acompañado de lo que sea posible. Por supuesto, si hay champurradas para sumergir, se les dará prioridad. Tal vez buscar una buena película, o enterarse de lo últimamente acontecido al respecto de lo caras que están las cosas, de las primas y los tíos. Y las vecinas. Y las llamadas de hoy.

Por cierto, te llamó Fulanito, le dije que volviera a llamar. ¿Ah si? qué raro. Le dije que antes de las seis no iba a estar hoy. Todo el mundo por qué llama Fulanito, sus llamadas son un ejemplo más de lo inevitable de las cosas. Lo inevitable de llamar, o de colgar. De hablar o de callar. Así, callo y pienso cosas que están más allá de mi. En otros mundos. E inevitablemente, me encuentro allí con algo conocido.

O será miedo a que todo sea nuevo, lo inevitable de encontrar siempre algo ya antes visto... así lo inevitable se va volviendo cotidiano. Y lo cotidiano, cotidianamente inevitable.

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